Friedrich Nietzsche.



 Un tipo que todos conocemos por ser un rebelde a lo James Dean pero más intelectual y menos molón. Nuestro filósofo no murió conduciendo un Porsche en un arrebato de juvenil inconformismo, pero su filosofía es más arriesgada que todo eso: equivale a conducir un Ferrari por un centro comercial un domingo a las 7 de la tarde. Su filosofía no deja a nadie indiferente, porque es imposible permanecer impávido a su mensaje. Podemos odiarlo, podemos quererlo, incluso podemos sentir esa mezcla fascinante que es el asco-gusto, pero no podemos despreciarlo como algo sin interés y sin contenido. Nietzsche es lo que somos; nosotros somos Nietzsche. Pero antes de adentrarnos en su pensamiento debemos comprender su vida, pues su vida influye poderosamente en lo que piensa y dice (¿o es al revés?).


Nietzsche nace en 1844 en Rücken, Alemania. Era hijo de un pastor luterano, aunque pronto murió dejándole bajo la tutela de su hermana, su madre y sus tías. Habla mucho de su espíritu el hecho de que pudiera sobrevivir a esto. De todos modos, su educación fue exquisita y pronto comenzó a dar muestras de verdadero genio en los ámbitos de la música y el lenguaje, sobresaliendo en el estudio de los clásicos griegos y romanos. Trabó contacto con la obra de Schopenhauer, que le animó a abandonar sus estudios filológicos y a interesarse por la filosofía. Más tarde en esta época sufrió un accidente de caballo que le incapacitó para la vida militar y le permitió dedicarse exclusivamente al estudio.

En 1868 conoció a Richard Wagner, que marcó fundamentalmente su vida y su pensamiento. Y tal era su genio, que se le permitió dar clase de filología en la universidad ¡antes de licenciarse! Por supuesto, esto sería impensable hoy en día. Se trasladó a la universidad de Basilea y renunció a la nacionalidad alemana, permaneciendo sin nacionalidad el resto de su vida. Contrajo difteria y disentería (nunca he sabido lo que son estas enfermedades, pero suenan muy viejunas y muy molestas), que le arruinaron su salud de por vida. De hecho, sus frecuentes migrañas y cegueras temporales le fueron poco a poco apartando del trabajo, que se le hacía imposible.

El hecho de que Wagner fuera cada vez más cristiano y más antisemita fueron hechos que Nietzsche no pudo perdonar y en 1878 se produjo una ruptura en sus relaciones que le llevaron a odiar al que anteriormente admiraba con tanta profusión. Nietzsche era claramente un tipo peculiar pero aquí empieza su mayor periodo productivo a la vez que su locura se iba acentuando hacia una megalomanía y una demencia. Se cuenta que iba caminando por la calle y al ver a un cochero castigar a un caballo se lanzó al cuello del caballo y le protegió cayendo desmayado en el acto. Claro, imaginad la cara del cochero cuando un tipo de bigotes hace eso.


 Es oficial, Nietzsche da miedo.

Nietzsche terminó sus días en un psiquiátrico, a pesar de que algunos libros suyos vieron la luz durante esta época. Muere en 1900 de una neumonía.

Aunque parezca una locura (sin ánimo de hacer chistecitos), hoy vivimos en una sociedad nietzscheana. Hoy dependemos de su pensamiento para definirnos.

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