El debate es estéril y anecdótico

 




Recuerdo con particular melancolía aquellas tardes cálidas de verano; mientras contemplaba los árboles semidesnudos un vientecillo  golpeó mi rostro y lo comprendí, fue una revelación de buten:

    los debates son estériles, sea en la academia, el mejor café de la ciudad o el foro más respetable de la red social menos respetable. A causa de esta revelación sobrenatural comprendí el absurdo que significa el encuentro intelectual y la confrontación, la indubitable verdad detrás de estas lineas son el principal motivo que me llevan a no abordar los temas con la seriedad que esperan debería adoptar, a diferencia de los espíritus más rigurosos que celebran —con justificada razón— las publicaciones que invitan a la reflexión e, incluso a la catarsis, yo las encuentro anecdóticas. Confieso empero que, en extrañas ocasiones, me encuentro con algo digno de exultación
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