Mitología.

 


La palabra mitología viene del latín mythologĭa —derivada del griego mythos y logos—. Según el DRAE, el vocablo mitología tiene dos acepciones distintas:


     1. conjunto, colección de mitos.

     2. estudio, de los mitos.


     La raíz griega que da el verbo λέγω (légo) y el sustantivo λόγος (lógos) significa reunir, recoger, juntar, etcétera; así como decir, hablar, racionar. Homero en su obra Odisea1 utiliza el verbo μυθολογεύω (mythologévo), con el sentido de contar un relato. En oposición a lógos, la palabra

mythos pasa a designar el relato tradicional, fabuloso y acaso engañador (Píndaro lo emplea en tal sentido), en contraste con el relato razonado y objetivo. Según Aristóteles2: «el mito es el principio y como el alma de la tragedia.»

     A través de los mitos la humanidad ha pretendido interpretar los acotencimientos trascendentales. Los mitos por lo general tratan sobre el origen del mundo, las acciones de los dioses, el objeto de la vida y el significado de la muerte. Los mitos estan profundamente enraizados en el primitivo desarrollo de las sociedades humanas y pertenecen a una tradición oral más que escrita. Según algunos estudiosos del tema, existen determinados mitos que tienen como origen acontecimientos reales; la historía bíblica del diluvio, y sus antecedentes en la antigua literatura sumeria, pueden tener su origen en las inundaciones periódicas del río Éufrates, mientas que el mito griego de Teseo y el Minotauro de Creta, cabe relacionarlo con el deporte acrobático minoico (aquel en que los jóvenes cretences saltaban sobre los lomos del toro). También se ha relacionado la leyenda de la atlántida con los minoicos.

     A menudo la versión literaria de un mito se convierte en su forma más divulgada. Los numerosos mitos retomados por Ovidio en las «metamorfosis» son claro ejemplo de ello. En conclusión, se puede establecer una división entre los «mitos vivos» (como el cristianismo o diversas tradiciones amerindias) y las narraciones mitológicas que han sido tratadas ampliamente en la literatura y el arte como cuentos populares: relatos de acontecimientos mágicos o sobrenaturales que se vuelven a contar básicamente como una ficción.


Antiguo Egipto


La vida egipcia estaba impregnada de ritos y símbolos religiosos, el propio faraón, en su doble papel de rey y sumo sacerdote, era considerado como el divino «hijo del sol» y encarnación de Horus, dios del cielo. El ritmo de la vida, era establecido por el dios del sol Ra en el viaje diario que su nave realizaba a través del cielo, y por su ayudante Thot, gran mago y dios de la luna.

     Si bien existen innumerables testimonios de la precencia de una mitología egipcia, tanto en el arte como en la literatura, hasta una fase relativamente tardía, resulta difícil identificar mitos coherentes característicos. Algunos autores extranjeros, como Plutarco, intentaron crear versiones «clásicas» de las narraciones mitológicas egipcias. Para ello utilizaron como modelo los mitos de la antigua literatura griega, la mitología egipcia empero, es más compleja de lo que estas versiones sugieren. Las principales deidades variaban de una localidad a otra, y en diferentes momentos los faraones estuvieron asociados a determinados dioses supremos. El clero realizó algunos intentos para racionalizar y codificar las creencias religiosas, en el siglo XIV a.C. el faraón Ajnatón (reinante entre 1379-1362 a.C.) introdujo una religión monoteísta centrada en el dios del sol, Atón. Sin embargo, esta religión fue suprimida tras la muerte de Ajnatón y se reinstauró un sistema politeísta centrado en el rival del dios Atón; el dios del viento, Amón.

     Los antiguos dioses egipcios fueron identificados con determinados animales, que según creían, albergaban el alma del dios: el chacal estaba asociado a Anubis, un primitivo dios de los muertos; el halcón a Horus, dios del cielo; el mandril o el ibis a Thot, gran mago y dios de la luna y la escritura; y el gato a Bastet (o Bast), diosa de la fertilidad que protegía el grano —muy importante para los antiguos egipcios— de los roedores. Con frecuencia estos dioses se representaban en forma de humanos y cabeza de los animales asociados, y se distinguían mediante determinados atributos que indicaban sus poderes.

     Los antiguos egipcios con frecuencia adoraban las deidades como una trinidad de padre, madre e hijo. En Heliópolis —centro del culto de Ra—, la creencia se centraba en una enéada (un grupo familiar de nueve deidades): Ra (originariamente Atón), creador y dios del sol se fecundó a sí mismo y dio a luz a Shu, dios del aire, y a Tefnut, diosa de la humedad. Estas deidades se perdieron en el abismo primigenio y Ra envió en su búsqueda a su divino Ojo; cuando volvieron a unirse, las lágrimas derramadas por Ra se convirtieron en los primeros seres humanos: Shu y Tefnut, que formaron al dios de la tierra Geb y la diosa del cielo Nut, que a su vez dieron origen a dos pares de mellizos: Isis y Osiris, y Set y Neftis. Entre los principales mitos egipcios de la enéada, se narra sobre los intentos de Set por destruir a su hermano Osiris, y de qué manera Isis rescató a su esposo/hermano y cómo, recomponiendo los trozos de su cuerpo, creó la primera momia. Finalmente, Set es derrotado por el hijo de Isis y Osiris —Horus—, que entonces sucede a Ra como jefe de los dioses (famosos por ser representados con cabeza de halcón). En Tebas se rendía culto a la trinidad compuesta por Amón, Mut y Khon; cuando el Imperio medio Tebas se convirtió en la capital, Amón fue asociado al dios sol y se convirtio en Amón-Ra, rey de los dioses.





Geb, en la zona inferior, con Shu y Nut.



Próximo oriente antiguo


Mesopotamia. La más antigua civilización que floreció en Mesopotamia estaba localizada en la región de Sumer, en el actual sur de Iraq. La mitología y literatura sumerias ejercieron un enorme influjo sobre las posteriores civilizaciones babilónica y asiria, en cuyas bibliotecas reales se conservó gran parte de la tradición sumeria. Alguna obras, como la epopeya de Gilgameš o el poema de la creación recitado en la fiesta de Año Nuevo babilónico, son de origen sumerio. El poema de Gilgameš fue descubierto en 1872, está inscrito en doce tablillas y narra las hazañas de Gilgameš, rey semidivino de Uruk. Contiene un relato de un gran diluvio (al igual que el del viejo Noé) el relato tiene varias versiones; la más antigua data de 1700 a.C. Una temprana imagen cósmica, que se repite constantemente en el arte mesopotámico, es la del «árbol de la vida», nutrido por entes sobrenaturales que surge del abismo acuoso de materia no creada (apsu) para unir la tierra con los cielos.

     Un mito sumerio de la creación narra cómo la diosa primigenia Nammu, alumbró al dios del cielo An y a la diosa de la tierra Ki, que a su vez engendraron a los «grandes dioses». El dios del aire Enlil, asociado con el aliento o espíritu, ordenó el mundo y proporcionó al hombre los materiales para vivir. El dios Enki (o Ea) representó un papel similar: estaba asociado con la sabiduría y las propiedades fertilizantes del aire, así como a la creación de los seres humanos, destinados a servir a los dioses. Entre otras deidades importantes del panteón mesopotámico merecen citarse a Ninhursag, diosa madre y diosa de la tierra, y a su hijo Nin-Urta.

La diosa Ištar (o Inanna) era objeto de un importante culto. Era la reina del cielo que presidía el amor sexual y la guerra. Su padre era Anu, un dios celeste (sustituido tiempo después por Enlil en su papel de rey de los dioses), su esposo era el dios de la vegetación Tammuz (o Dumuzi). Un mito relata el descenso de Ištar a los infiernos, del cual será liberada a condición de que deje un rehén, Ištar elige para esta misión a su esposo Tammuz, que a partir de ese momento debe pasar la mitad del año en los infiernos, tiempo durante el cual (el periodo de la estación calurosa) las plantas se secan y la vitalidad desaparece de la tierra. El duelo de Ištar por la «muerte» peiódica de Tammuz era el centro de un ritual de lamentación extendido por todo Próximo oriente.

     En el sur de Mesopotamia, el control del agua por medio de sistemas de regadío siempre tuvo una importancia capital, y los dioses estuvieron íntimamente relacionados con el poder de las aguas. En el mito del diluvio (que figura en las epopeyas de Atrahasis y Gilgameš) Enlil decide destruir la vida humana enviando un diluvio, Enki sin embargo, ordena a un sobreviviente elegido (conocido como Atrahasis en el primer poema, Utnapištim en el último), que construya una nave para salvarse a sí mismo, a su familia y sus animales.

     La figura del legendario héroe Gilgameš, seguramente se inspiró en un antiguo gobernante sumerio. En las distintas versiones de la epopeya, es un rey de Uruk e hijo semidivino de la diosa Ninsum. Gilgameš en conjunto con el hombre salvaje Enkidu, participa en una aventura que culmina con la derrota del gigante maligno Humbada, guardián de los bosques de cedros del fin del mundo. Después de la muerte de Enkidu y tras una serie de hazañas fantásticas, Gilgameš se encuentra con Utnapištim, para su pesar, no logra alcanzar la anhelada inmortalidad.





Figura de Gilgamesh del palacio de Sargon II (Museo del Louvre).



Siria y Pelestina. Mientras que Babilonia adaptó la mitología sumeria, los habitantes de Siria y Palestina (pueblos del grupo semítico) desarrollaron un marco mitológico distinto. En fenicia —conjunto de ciudades estado de la costa siria 1000-330 a.C.— el culto se centraba en la diosa Baalat (señora) y el dios Baal (señor). Baal era un dios de la tormenta, «jinete de las nubes», hijo de El (principal dios de los cananeos, habitantes de Palestina antes de la llegada de los israelitas) y rival del dios del mar Yam. En su lucha por la supremacía, Baal venció a Yam con la ayuda de dos mazas mágicas. La principal diosa fenicia era Astarté, diosa de la fertilidad, equivalente a la mesopotámica Ištar. Astarté también figura en el mito egipcio de Osiris, en el cual ayuda a Isis a buscar al asesino de su esposo Set, hijo del dios de la tierra Geb y de la diosa del cielo Nut.

     El sacrificio que hacían los fenicios a Baal, es una alegoría al conflicto entre Baal (dios de la tormenta) y Astarté (diosa de la fertilidad) con Mot —dios de la muerte y esterilidad—, simbolizaban el proceso natural de muerte y renacimiento de la vegetación en la tierra.

     Baal solía considerarse como principal rival del dios israelita Yahvé, que en las escrituras hebreas —influenciadas por las mesopotámicas y posteriormente por las palestinas— comparte algunos rasgos de la naturaleza vengativa de Baal, aplastando a sus enemigos y garantizando la victoria a los seguidores. Yahvé aparece como un dios personal, cuya presencia es sentida por los fieles de modo individual. Esta situación tiene pocos paralelismos en las mitologías antiguas, sin embargo, la historia del Génesis tiene sorprendente semejanza con los mitos sumerios, en particular con el episodio del diluvio y el arca; además, el jardín del Edén recuerda la paradisíaca «tierra lejana» donde el inmortalizado Utnapištim reside después de salvarse del cataclismo del diluvio.





Baal de Ugarit (Siria). En poder del Museo del Louvre (Francia).



Persia. La antigua mitología persa rendía culto a la primitiva deidad suprema Mitra —cuyo nombre significa contrato o alianza—, la cual representaba el orden social y la guerra; el poder solar de Mitra estaba simbolizado por su cuádriga de oro. Posteriormente la deidad Mitra fue sustituida por Ahura-Mazdā, el cual habló por medio de un profeta; Zaratustra, que dio origen a los gāthās (himnos), que son considerados los más antiguos de las escrituras zoroástricas —el Avesta—, las cuales afirman que Ahura-Mazdā es el único dios. La antigua mitología persa cuenta la oposición entre Ahura-Mazdā; dios de la sabiduria, la luz y el fuego; el espíritu Hostil Angra-Mainyu y el espíritu benéfico Spenta-Mainyu; nos muestra cómo la naturaleza original de ambos espíritus; buena y mala respectivamente (Angra-Mainyu y Spenta-Mainyu), no está predeterminada, sino que es resultado de su libre elección entre la dicotomía sobre la verdad y la mentira.

     El mazdeísmo (en ocasiones denominado parsismo) conserva algunas de las prácticas del primitivo hinduismo (período védico), como el uso del fuego el cual es considerado sagrado —atar—, y la veneración de las fuerzas de la naturaleza. También creen en el juicio final, el cielo y el infierno, creen en un salvador (sawśyant) que resucitará a los muertos y en la vida eterna. Creencias que influyeron en el islamismo, judaísmo y el cristianismo. Posteriormente los romanos adoptaron el culto al dios Mitra, lo cual contribuyo, e influencio al desarrolo del catolicismo como lo conocemos actualmente.





Investidura de Ardashir, Papakan, por parte de Azhura Mazda.



Mitología germánica


Al tiempo que se desintegraba el imperio romano, entre los siglos III y V d.C., los pueblos germánicos emigraban a las tierras situadas en el norte de Europa. En Escandinavia el cristianismo no logró imponerse hasta una época relativamente tardía, y la mitología germánica pagana aperece de modo evidente en la literatura medieval de estas regiones. El relato más coherente de la mitología germánica procede de la literatura islandesa medieval de los vikingos (pueblos de las ensenadas). La denominada Edda prosaica (c. 1222-1223) es una compilación poética que recoge varios mitos antiguos.

     El mito germánico de la creación habla de un abismo primigenio, el Ginnungagap, que se extendía desde la tierra del hielo hasta la tierra del fuego. El agua que discurría por el abismo primigenio se convirtio en hielo, el cual fue derretido por los vientos; las primeras gotas de este hielo derretido dieron forma al gigante Ymir. Del cuerpo de Ymir surgieron los gigantes, y los primeros humanos. Ymir fue alimentado por una vaca, Audumla, que lamió el hielo del cuerpo de Ymir, para así, engendrar a Buri. Su hijo Bor, tuvo tres hijos: Odín, Vili y Ve, quienes mataron a Ymir y crearon el mundo actual: el mar se originó a partir de su sangre, el cielo de su cráneo y la tierra de su cuerpo.

     Un motivo central de la mitología germánica es la lucha entre los dioses de Asgard y los gigantes de hielo. Asgard estaba conectada con la tierra de los hombres —Midgard— por un puente en forma de arco iris, al igual que con el Valhalla, una gran sala en la que Odín acogía las almas de los héroes muertos. El universo asgardiano era considerado como una isla en la que yergue el gran árbol del mundo; Yggdrasil, el cual se encuentra rodeado por un océano en el que habita la Gran Serpiente Cósmica. En el mito de la batalla de Ragnarök, aparece Odín, rey de los dioses, asociado a la magia y la guerra; su consorte Frigg y su hijo Balder; así como los gemelos de la fertilidad Freyr y Freyja; el dios del trueno Thor; y el tramposo Loki. El cual, tras asesinar al hijo de Odín; Balder, escapa a la tierra de los gigantes de hielo (descendientes de Ymir, asesinado por Odín y sus hermanos) para guiarlos en la batalla contra los dioses. En el conflicto final, Odín es devorado por el lobo Fenrir; por su parte, Thor y la Gran Serpiente Cósmica, tras una larga batalla, se destruyen mutuamente. Finalmente el mundo es consumido primeramente por las llamas y posteriormente por el océano. Al final de la destrucción el mundo surge nuevamente purificado y poblado por nuevos humanos.





Los dioses nórdicos eran entidades finitas, y únicamente a través de las manzanas de Iðunn, podían llegar a vivir hasta el Ragnarök. Imagen de J. Penrose, 1890.



África


La mitología africana comprende distintas tradiciones, aunque algunos rasgos son comunes, ya que fueron difundidos a través de la migración de pueblos, el comercio o la conquista. La celebración de la sexualidad es fundamental en gran parte del arte y la religión africanos, que hacen énfasis en la fertilidad, la procreación y en los linajes legendarios de veneradas figuras ancestrales o «héroes culturales» (héroes responsables del establecimiento de normas de la sociedad humana). Uno de los mencionados héroes es Lebe, venerado por el pueblo dogon de África occidental; después de su muerte y renacimiento trajo la sabiduría y el orden social al mundo humano. Con frecuencia se cree que los reyes son de origen divino; así, el rey zulú tiene poder sobre las lluvias gracias a su antepasado celestial, un hijo de dios, exiliado por haber robado la vaca blanca de su padre. Asi mismo, las representaciones de «tramposos» están muy extendidas, ya sea en forma de animal o en la persona de Eshu (o Elegba). Para los yoruba de Nigeria, Eshu es un maligno creador de problemas, pero también es un guardián; en el reino de Dahomey, en África occidental, es considerado como mensajero de los dioses, capaz de de entender todos los idiomas. Eshu es un vigoroso espíritu del cambio y la transformación, que frecuentemente se representa con un caracterítico tocado, de forma fálica.

Muchos mitos africanos de la creación comparten los conceptos del huevo cósmico o la serpiente primigenia, de cuyo cuerpo surgió la propia tierra y las criaturas vivas.

     En un mito dogon, el huevo cósmico se abre para producir espíritus llamados Nommo, que a continuación crean el mundo y la humanidad. Las relaciones entre los primeros humanos y los dioses se expresan en mitos de torres; en un relato del pueblo luba, de Zaire, la humanidad —habiendo irritado a los dioses—, es expulsada del cielo y es enviada a la tierra, donde la vida resulta tan desagradable que los humanos construyen una gran torre de madera, con objeto de regresar a los cielos. Para dar a conocer que han concluido su trabajo, los constructores celebran haciendo sonar tambores y flautas, llamando así a los dioses para que los dejen volver a los cielos, sin embargo esta acción molesta nuevamente al rey de los dioses de Zaire, y finalmente destruye la torre, impidiendo así, que los humanos retornen al cielo primigenio.





Máscara yoruba representando al dios guardián; en el reino de Dahomey: Eshu.




América del norte


Una gran variedad de creencias y prácticas religiosas caracteriza la tradiciones mitológicas de distintos pueblos nativos norteamericanos. Los rasgos comunes comprenden una clara distinción entre los mitos sagrados que aún tienen vigencia —que únicamente pueden ser comunicados a los «iniciados»—, y los cuentos populares, que cabe divulgar con fines didácticos o de entretenimiento. Los mitos norteamericanos con frecuencia establecen un vínculo entre los humanos y los animales; la creación y el origen, son especialmente importantes en estas trdiciones. La figura del «tramposo» está muy extendida en los pueblos nativos norteamericanos, en ocasiones asociada a la forma de un animal: el cuervo en la costa noroeste, el coyote en el suroeste; en la mitología navajo, el coyote es un creador que entrega semillas procedentes del mundo subterráneo a la humanidad.

     La distinción entre lo sagrado y lo profano es ajena a la tradición nativa norteamericana y, por consiguiente, todos los aspectos de la vida pueden tener un significado mítico. El contacto directo con el mundo de los espíritus se logra mediante una «búsqueda de visiones», periodo en el cual el ayuno y la oración en solitario, con frecuencia se ve recompensado por la visión de un espíritu guardián individual, generalmente bajo la forma de animal, principalmente de un ave. El espíritu guardián puede elegir a un individuo para que se convierta en chamán, un mediador entre los hombres y los espíritus, el cual representa el papel de adivino o profeta.

     La creación del mundo a menudo es atribuida al «gran espíritu», como Kitchi Manitú en la región de los Bosques y Wakan Tanka en las Praderas. Una figura frecuente es el «buzo de tierra», un animal —frecuentemente una tortuga— que saca barro del fondo del mar para crear la tierra. El pueblo Inuit (del Ártico) tradicionalmente adoraba a tres grandes espíritus; el mar, la luna y el aire, que eran a la vez suministradores y castigadores. Se pensaba que el espíritu del mar era una joven que había sido arrojada al mar después de que fracasase su matrimonio forzado con un perro. Previamente el perro le cortó los dedos, los cuales se transformaron en focas y otros animales marinos. Asi, convertida en el espíritu del mar, la joven es acompañada por su marido-perro y su padre, formando un grupo de temibles y poderosas deidades. La creencia en la inmortalidad, la transmigración y el renacimiento del alma es muy fuerte en la culrura Inuit. Entre los objetos que representan animales «benefactores», con frecuencia figura un diminuto rostro humano, el cual simboliza el alma del animal.





Ceremonia Navajo, para los iniciados.



Caribe


El área integrada por las islas de las Antillas y el noroeste de América del Sur, guarda un estrecho parentesco mitológico, tal como puede constatarse en las crónicas del misionero dominico del siglo XVI, fray Ramón Pané, en los «Diarios de viaje de Cristobal Colón» y la investigación etnológica y arqueológica contemporánea.

     Los pueblos agrícolas y ceramistas del tronco arawak continental —matriz de las culturas antillanas—, emigraron de la masa continental del sur, hacia las islas del Caribe entre los siglos I y III d.J.C. La religión de las culturas del Caribe era politeísta, sus espíritus tutelares eran los cemíes. Cada curandero, behique o chamán tenía su cemí o cemíes particulares, que eran representados en petroglifos y figuras con expresión feroz. Los chamanes se comunicaban a través de los cemíes con sus antepasados muertos, en diversas ceremonias en las cuales inhalaban cohoba (un polvo alucinógeno), también fumaban tabaco, elementos asociados a las práticas chamánicas de curación y comunicación sagrada. Estos grupos creían en la inmortalidad, consideraban que en la carne y los huesos de los muertos quedaban impregnadas sus virtudes, de modo que era posible transmitirlas a los vivos por medio de la ingestión, practicando un canibalismo ritual.

     Distintos elementos del mundo animal y vegetal entrelazan los mitos de origen de esta región; la tortuga hembra aparece asociada a la fertilidad y constituye la esencia femenina. Entre los wai-wai y los desana —de la familia lingüística caribe—, la tortuga es considerada un núcleo generativo, como una madre primordial. Para los taínos —grupo del área insular que dejo una gran impronta cultural en el Caribe (Haití, República Dominicana, Puerto Rico y Cuba)—, la primera mujer surge de una tortuga que nació en la espalda de Deminán Caracaracol (nombre que significa sarnoso); la mujer, a su vez, unida a Deminán y sus hermanos gemelos —entes originales—, crea la primera generación de humanos después de un gran diluvio.

El árbol de jobo y el pájaro carpintero, son otros actores míticos de suma importancia; en un mito de origen cúbeo, Kuwai, esculpió una mujer del árbol de jobo, la figura de madera sin embargo, carecía de género, el cual fue provisto por la labor persistente del pájaro carpintero Koneko, con la finalidad que respondiese al «impulso» por el cual se la creó.





Pictografía en la Cueva del Hoyo de Sanabe, República Dominicana.

1. Bayamanaco inhalando cohoba. Luego escupirá la espalda de Deminán provocándole una gran hinchazón.

2. Deminán con la espalda encorvada.

3. Uno de los hermanos ayuda a Deminán a liberarse de de su joroba.

4. La tortuga emergió de la joroba Deminán, luego que los hermanos le abrieran la espalda.



Mesoamérica


Mesoamérica es el referente histórico-cultural con el que el arqueólogo Paul Kirchholf designó una región geográfica vinculada a la época anterior a la conquista española, ámbito en el que se desarrollaron varias de las más refinadas civilizaciones agrícolas y urbanas de la antigüedad americana, ubicado entre la parte media de México y América Central. Las fuentes fundamentales para conocer la mitología del mundo mesoamericano se encuentran en los materiales arqueológicos, la vasta memoria iconográfica existente, los documentos escritos por los cronistas de los siglos XVI y XVII, los códices —concebidos como testimonios pictográficos de las tradiciones prehispánicas—, distintas recolecciones de la tradición oral, así como trabajos antropológicos sobre diversos grupos étnicos contemporáneos, que permiten establecer patrones comparativos y observar la vitalidad del horizonte cosmogónico indígena, incluso en ciertas prácticas católicas actuales.

     Los mitos mesoamericanos contienen el soporte espiritual del complejo político-religioso de los pueblos de la región, permitiendo configurar, con asombrosa consistencia, una cierta unidad religiosa, principalmente a partir de aspectos mitológicos nucleares resistentes al cambio. El panteón mesoamericano ha sido visto como reflejo de su sociedad, en la cual, las unidades políticas y étnicas, la división del trabajo y las jerarquías, tienen su contraparte divina. Se trata de un sistema politeísta en el que los dioses representan distintos elementos de la naturaleza, actividades y agrupamientos humanos, ejes de su civilización.





Mosaico de diversos rasgos característicos en Mesoamérica.



Olmecas. Una de las tradiciones culturales más tempranas y con mayor expansión territorial en Mesoamérica es la olmeca, desarrollada aproximadamente entre 1200 y 600 a.J.C., en el periodo formativo. El término olmeca (en náhuatl, «gente del país del hule») se utilizaba en la época para designar a los habitantes de la región del Golfo. Los principales centros olmecas fueron San Lorenzo (Veracruz) y La Venta (Tabasco). Los centros ceremoniales fueron los asentamientos más complejos de la cultura olmeca. Actuaron como ciudades en el orden social, político, económico y religioso. El vestigio más caracterítico de la cultura olmeca es la construcción de grandes monumentos de piedra, altares y estelas de basalto. Son típicas las facciones de las cabezas, esculturas de piedra y figuras de jade o cerámica, en las que destacan como rasgo específico gruesos labios.

     Las representaciones esenciales de su panteón religioso, tal como sucede en toda Mesoamérica, son las deidades zoomorfas y antropomorfas. En el centro de su mitología figura el jaguar humanizado, representado por un hombre-jaguar o un niño-jaguar, al que en algunas expresiones iconográficas se le dota de cejas conformadas con plumas de aves y una lengua bífida de serpiente; imagen simbólica que impregnará el imaginario mesoamericano, y figura emblemática que remite al misterio primario del mundo, la vida y la muerte.





Cabeza Olmeca, en el museo nacional de antropología, México.



Mayas. Los orígenes de la civilización maya y sus conexiones con la olmeca se encuentran en el centro de Izapa, en las tierras altas de Guatemala. Cronológicamente es el antecesor del período clásico de la arqueología mesoamericana. Durante este período, la civilización mesoamericana alcanzó su esplendor (600 d.J.C.) y desarrolló al máximo el arte y el calendario; también fue la época de mayor duración y crecimiento de las principales ciudades mayas. Los mitos mayanses, pese a la destrucción de cientos de sus textos durante la conquista y la colonia españolas, y a las enormes limitaciones para interpretar su escritura jeroglífica, en gran medida han sobrevivido por la acción de los mayas coloniales, quienes en respuesta a la dominación, reescribieron secretamente los fundamentos de la religión y la historia de las veintiocho etnias que forman la familia mayanse. Los dioses representados en bajorrelieves y códices, muestran un buen grado de correspondencia entre las deidades de los mayas del siglo XVI con las de otros pueblos mesoamericanos. Se han identificado los dioses de la lluvia, de la sal, del maíz, del comercio, del inframundo, etcétera. Estos dioses adquirian forma humana o de animal. También tenín caráter sagrado los entes inanimados y las sustancias del mundo natural, personificadas en cabezas de animales.

     El «Popol Vuh» escrito en un intrincado lenguaje simbólico por los quichés de Chichicastenango, Guatemala, aproximadamente en 1551, contiene un mito de origen del mundo en el que se integran relatos que reconstruyen la cosmogonía de los grupos de las tierras altas: cuando sólo había cielo y mar en la oscuridad, los dioses creadores, llamados Gucumatz (serpiente emplumada del agua), decidieron que al amanecer debería aparecer el hombre, disponiendo el origen de la vida, lo que se realizó en las tres creaciones. La orden la dio el «Corazón del cielo», Huracán, un dios triple asociado al rayo.

     Los textos coloniales conocidos como «Libros del Chílam Balam», testimonio de los mayas yucatecos, son recopilaciones realizadas por indigenas principales de la península que, en un tono profético en virtud de una concepción ciclica del tiempo, basan su sabiduría en el hecho de que los acontecimientos se repiten una y otra vez, como un eterno retorno. Los mayas a partir de un ordenamiento de las cuatro secciones del cosmos (sur, oriente, norte y poniente), relatan las destrucciones y creaciones del mundo.





Kukulkán es el nombre maya de Quetzalcóatl, personaje importante en el período posclásico de los mayas, en el libro sagrado Popol Vuh se le conoce como "Gukumatz".



Aztecas. La cultura azteca representa la culminación del desarrollo mesoamericano. En realidad no fueron el pueblo más avanzado, sino el último cronológicamente. El nombre azteca se ha adjudicado a los mexica, pero designa a los siete pueblos que salieron del mítico lugar de Aztlán. La cultura azteca tuvo su fuente religiosa en la tradición nahua, fue la más poderosa en Mesoamérica en los dos siglos que precedieron a la conquista, y alcanzó su máxima expresión urbana en Tenochtitlan.

     En el pensamiento de los pueblos del área mesoamericana, el tronco cultural nahua es axial, su concepción dual del universo está inmersa en todos los estratos de la cosmovisión de las sociedades de la región. Ometéotl («señor dos») representa esa doble naturaleza, dualidad y unidad de contrarios que es indisoluble: hombre y mujer, día y noche, cielo y tierra; es el origen del destello creador que da la vida y se dice —atendiendo algunas crónicas coloniales—, que es una omnipresencia que observa todo desde su lugar, el Omeyocan, arriba de los trece cielos. Ometéotl no interviene directamente en los asuntos humanos; como resultado de su desdoblamiento en la pareja creadora Ometecuhtli Omecíhuatl, principio masculino-femenino, engendró cuatro hijos que simbolizan la dualidad de su lucha cósmica: Tlatlauhqui Tezcatlipoca (espejo que ahuma, de color rojo), Yayauhqui Tezcatlipoca (espejo que ahuma, de color negro), Quetzalcóatl (serpiente de plumas de quetzal) y Maquizcóatl o Huitzilopochtli (serpiente brazalete o colibrí del sur), a quien los aztecas hicieron su principal deidad.

     Presidido por la acción de los dioses creadores Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, el mito de origen de la Tierra fue entendido como la superación de un caos original, representado por Tlaltecuhtli o Tlaltéotl, bestia salvaje definida como «señora de la Tierra», a quien sometieron aquéllos, transformados en serpientes, dividiéndo la en dos partes. De una mitad hicieron la Tierra, y la otra fue elevada para formar el cielo.




Quetzalcóatl en el Códice Borgia



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