DE LA POSTVERDAD AL DOGMATISMO.






Cuestiones no solo epistemológicas


Uno de los fenómenos más profundos provocados por la pandemia del SARS-COV2 ha sido la confianza prácticamente ilimitada depositada en los expertos científicos. Pero es también un fenómeno extraño y paradójico. Extraño: hasta ayer nomás, se asumía -al menos en los medios intelectuales- que vivíamos en un mundo posmoderno signado por la incertidumbre, el escepticismo y el relativismo. Paradójico: la confianza ilimitada en los expertos encaja mal con la cautela epistemológica propia de la ciencia bien entendida y practicada.

El conocimiento científico es predominantemente provisional, hipotético e internamente controversial. Durante la pandemia se lo presentó como absoluto. Y se soslayó su carácter internamente controvertido mediante una simple técnica publicitaria: una exposición desmesurada en la arena pública (reducida como nunca a las pantallas) de aquellos que validaban la sabiduría ortodoxa respecto a que nos enfrentábamos a una catástrofe sin precedentes; y una difusión a cuentagotas -que incluyó incluso algunos casos de censura- de quienes cuestionaban este saber, fueran cuales fuesen sus credenciales académicas. La mayor parte de las autoridades políticas, de los medios de comunicación e incluso del público en general prefirió creer en las predicciones catastrofistas del Neil Ferguson, antes que en las más cautas estimaciones de Sunetra Gupta; y escucharon el llamado a actuar rápido y a martillazos de Thomas Pueyo, y no las apelaciones a mantener la calma, actuar con inteligencia y no tomar medidas de dudosa eficacia sanitaria y alto impacto social, a que instaron Pablo Goldschmidt y Michael Levitt, para poner algunos ejemplos representativos.

¿Cómo es posible entender que en tan poco tiempo el discurso relativista y subjetivista dominante haya sido desplazado por un fuerte cientificismo en estos tiempos de pandemia y coronavirus? Lo que lo hace más difícil de comprender es que en el campo de la filosofía y las ciencias sociales y humanas en general no se visualizaba una lucha más o menos pareja entre dos tendencias contrapuestas en que finalmente, ante una nueva situación que implicó muchos cambios en muy poco tiempo, se hubiera decantado por una de esas tendencias, la cientificista en este caso. Por el contrario, había una clara hegemonía de los discursos subjetivistas, escépticos y relativistas que desconfiaban de la ciencia, y una presencia marginal de concepciones epistemológicas materialistas o “realistas” que sostuvieran que es posible conocer la verdad en “forma parcial y aproximada”, que nuestro conocimiento sensorial no es puramente subjetivo o que la experimentación y la práctica constituyen un criterio de verdad no infalible, pero que sí nos permite cierta aproximación a un conocimiento objetivo de la realidad. Sin embargo, en poco tiempo hemos visto como algunos de los otrora defensores de la ortodoxia relativista postmoderna, con todas sus sentencias de que “la realidad es una construcción social o lingüística”, la “verdad es un efecto de poder”, o más sencillamente, “no existe la objetividad”, “todo es subjetivo”, “el conocimiento es una construcción” (y solo una construcción), o “la ciencia es un discurso más pero no superior cognitivamente a otros, por lo que ´todo vale´”, han pasado a militar en favor de la ciencia. Es más, podríamos decir que se han transformado en militantes de La Ciencia concebida casi como La Fuerza. En defensores de una visión exultantemente cientificista, que no es lo mismo que una visión cautelosamente científica. Dicho de otra forma, pasaron de la dogmática relativista y subjetivista a la dogmática cientificista “como un bólido, casi sin dejar rastros”.

Esta dogmática cientificista es un discurso que también contradice a la ciencia, pero desde su supuesta defensa y no desde su cuestionamiento radical como en el caso de las epistemologías postmodernas. Es un discurso que no visualiza a la ciencia como un campo de debate, de conocimientos aproximativos, de algunas verdades confirmadas pero también de muchas hipótesis, sino que la visualiza como un campo homogéneo -consciente o inconscientemente-, ajeno al debate y sobre todo ajeno a otras esferas de la vida social e ideológica. Si el discurso postmoderno disolvía y reducía a la ciencia a una mera cuestión de poder o ideológica, el cientificista independiza totalmente a La Ciencia del poder y la ideología. Pero una somera revisión de la historia de la ciencia nos muestra que esta postura es insostenible, como insostenible es también el otro extremo relativista. Si los innegables avances de la ciencia en algunos campos como la medicina -que han prolongado la expectativa de vida y erradicado algunas enfermedades hasta ayer mortales-, nos demuestran que la ciencia no es un discurso o un relato más entre otros, las teorías racistas que predominaron en la biología a fines del siglo XIX o principios del XX nos demuestran que las ciencias no son ajenas a las disputas de poder e ideológicas. Y lo que es válido para las ciencias naturales, mucho más visible y relevante se hace en las ciencias sociales. La concepción neoliberal se basa en una serie de mitos como la “competencia perfecta”, la idea de que el “libre mercado” conduce al derrame de la riqueza y a un bienestar generalizado entre otros postulados que son insostenibles desde el punto de vista empírico: son mitos que se sostienen no porque tengan algún asidero real sino porque responden a los intereses de las clases dominantes.
En síntesis, el cientificismo, lejos de haber ayudado al establecimiento de una serie de políticas de salud públicas medianamente racionales, que tuvieran en cuenta las múltiples variables que implican las decisiones tomadas, como las económicas, sociales, psicológicas, etc., dio lugar a políticas rígidas, irracionales, basadas en una suerte de fe -a prueba de toda contrastación empírica- en determinadas instituciones científicas.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Agentes socializadores: qué son, tipos, características y ejemplos

La importancia del apoyo familiar en personas jóvenes con depresión

Contrato de Ulises: qué es, cómo se usa, y ejemplos