La medicina no es ciencia.
La Medicina no es ciencia.
Que no se engañe ni escandalice el lector; el título arriba no es lo que parece. Sólo quiero llamar su atención. No voy a decirles nada realmente nuevo u original, pero sí relevante. Trataremos de algo bien sabido entre los historiadores y filósofos de la ciencia; en particular, los que tienen a la medicina como profesión. Sin embargo, debido a la actual pandemia de Covid-19 y el caos informativo que ocasionan los denominados ‘bulos’, considero menester reiterar sus ideas. Esto, con el fin de informar a los lectores y también para matizar opiniones que endiosan (o satanizan), sea a la OMS, o a médicos “disidentes”, que difieren de esta organización con relación a cómo entender y tratar el virus.
Al decir que la “medicina no es ciencia”, nos referimos a que la medicina clínica (que tiene que ver con la atención directa del paciente), siendo al mismo tiempo arte, técnica y ciencia, no se caracteriza esencialmente por la exactitud matemática o la evidencia indubitable. Es decir, no es ciencia exacta. Al afirmar esto, no hago sino básicamente repetir las ideas de un artículo publicado en el 2010 por la revista cultural mexicana Letras Libres, “Que la medicina no es ciencia”, del médico patólogo Francisco González Crussí.
Sin embargo, el médico investigador “… se desespera ante tantas preguntas irresueltas; clama por más investigaciones, mejores teorías y renovados experimentos. La incertidumbre lo atormenta; la frustración es constante”. En cierto modo, el médico investigador vive en un mundo distinto al del médico clínico. El mundo del investigador, tal como se ha definido más arriba, es “…el mundo de las cualidades regulares y cuantificables… ningún concepto puede considerarse propiamente científico hasta tanto no pueda expresarse matemáticamente…”.
El problema para el investigador es que en la práctica clínica “el médico tiene que entendérselas con seres humanos, y los seres humanos no son “generalizables” [es decir, no son susceptibles de entera abstracción y matematización]. Un apotegma que viene desde la antigüedad clásica dice que “no hay enfermedades, sólo hay enfermos”. Es decir, la experiencia de la enfermedad nunca es idéntica de paciente a paciente; cada uno la sufre de acuerdo con su única e irreemplazable individualidad”.
Así pues, según el doctor González Crussí, en el gremio médico hay quienes tienden más a la mentalidad “científica” (entendiéndose aquí por ‘ciencia’ a la investigación rigurosa, basada en la certidumbre matemática, refrendada por pares y, por supuesto, publicada en revistas académicas). Por otro lado, existen los médicos que tienden más a la mentalidad “clínica” (enfocada más en la atención y tratamiento personal de cada paciente, de manera singular y original, buscando ingeniosamente cómo curarlo, sin saber con exactitud cómo o por qué se cura).
Entre ambas tendencias, al final de su artículo, el patólogo concluye confesando su inclinación por la segunda opción, pero sin demeritar de ningún modo a la primera, sólo indicando y subrayando sus limitaciones. Así pues, termina diciendo que la medicina clínica “no es del todo ciencia” [en aquel sentido riguroso] y que “gravita definitivamente hacia el arte” (o si se quiere, a la técnica).
Lo anterior podría arrojarnos ciertas luces sobre lo que pasa con la OMS y los médicos que piensan distinto a esta organización con relación a la Covid-19. Hay una fuerte ‘tensión interna’ entre las tendencias mencionadas, presentes en ambos tipos de médicos, pero que no se ha podido resolver y lo cual explica, hasta cierto punto, los errores y aciertos que se han dado en ambas partes.
En medio de todo, hay que añadir, también existe el factor político dentro del gremio, es decir, quiénes están autorizados a decir públicamente lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer, y aquellos que no se le ha autorizado a ello. Esto provoca pugnas, como en toda cuestión política. Más aún, en algo tan grave – literalmente, de vida o muerte – como lo es la Covid-19. Y a nivel mundial, lo cual no puede ser peor.
Si esto es así, ¿qué podemos o debemos hacer los ciudadanos de a pie, las personas comunes y corrientes, que no somos médicos? No puedo ni debo dar una respuesta general a este asunto tan delicado. Sólo puedo expresar libremente mi opinión informada (afortunadamente, todavía lo puedo hacer aquí), a modo de humildes y sencillas sugerencias, vagas y sujetas al error, como en todo asunto humano.
Confiemos en la buena voluntad e inteligencia de nuestros médicos, estén o no estén de acuerdo con todo lo que en un momento diga o recomiende la OMS. A la vez, procuremos mantener una sana dosis de escepticismo y sentido común, cuestionando razonablemente algunas opiniones, aun si no somos expertos en la materia. Finalmente, seamos de mente abierta – que no equivale a ser ingenuos – y también valientes – que no es lo mismo que ser temerarios. Este balance no es fácil de hacer y, a fin de cuentas, depende de cómo es cada quién y en qué circunstancias se encuentra.
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